Domingo 6 de septiembre de 2009
Es desconcertante la indiferencia con que el país ha recibido las noticias sobre el deterioro paulatino del mercado laboral. El ejemplo más reciente se dio el martes pasado, cuando supimos que el desempleo llegó a 12,6 por ciento en julio, medio punto porcentual más que un año atrás y la cifra más alta registrada en ese mes desde el 2004. La indolencia de la opinión pública se resume en una frase que oí por ahí: ‘no sé por qué les sorprende que aumente el desempleo si estamos en recesión’.
La mansa aceptación de que lo que está pasando es resultado de la desaceleración constituye una visión obtusa. Si el desempeño de nuestro mercado laboral dependiera sólo del ritmo de la actividad productiva, ¿cómo se explica que la economía colombiana haya sido una de las que más crecieron en América Latina en los últimos cinco años, y que a pesar de ello tenga una de las tasas de desempleo más altas de la región? Las raíces del problema son más profundas y muestran que la estrategia de crecimiento del Gobierno tiene un sesgo contra el empleo, pues ha incentivado a los empresarios a adquirir más maquinarias y a contratar menos obreros. Mientras la inversión ha sido objeto de múltiples estímulos, la contratación de trabajadores sigue cargando el peso de enormes costos extrasalariales, como los asociados con la seguridad social y los pagos parafiscales. ¿El resultado? La economía creció, pero en el proceso sustituyó trabajo por capital.
Alguno dirá que esto es falso, porque en el último año se crearon más de un millón de empleos. Esa cifra es importante, pero insuficiente, y habría sido mucho mayor si no existiera el sesgo contra el trabajo. Además, hay que decir que en el mismo periodo aumentó de manera significativa el subempleo, especialmente el relacionado con la informalidad. De esta manera, la creación de empleos carga un pesado lastre: más gente está saliendo a trabajar en lo que encuentre, para compensar el ingreso perdido por otros miembros del hogar que se han quedado sin trabajo.
Esto nos lleva a otro gran problema del mercado laboral: la trampa de la informalidad y la pobreza. En días pasados supimos que en Colombia la pobreza ha caído menos que en el grueso de América Latina y que además ha aumentado la indigencia a pesar de nuestro notable crecimiento reciente. Lo más grave es que las políticas del Gobierno tienden a perpetuar esa situación. La expansión indiscriminada de Familias en Acción y el régimen subsidiado de salud hacen que mucha gente prefiera permanecer bajo el manto asistencialista del Gobierno que hacer el esfuerzo por vincularse a la actividad productiva formal. Con un modelo de crecimiento que favorece la sustitución de trabajo por capital y unas políticas asistencialistas que tienden a perpetuar la informalidad y la pobreza, nuestros problemas laborales van más allá de la simple desaceleración económica e incuban una amenaza social que muchos se niegan a ver.
Link: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-3606804
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